miércoles, 7 de diciembre de 2016

Macedonia antes de Alejandro


El Reino de Macedonia fue un Estado griego de la antigüedad clásica y helenística, situado en el norte de la actual Grecia, que compartía fronteras con el Reino de Epiro en el oeste y con la región de Tracia en el este.

En cuanto a su organización política, su estructura formaba una pirámide de tres estratos: arriba estaban el rey y la nación, abajo, las organizaciones cívicas (ciudades) y, entre ambos, los distritos.

Políticamente, Macedonia estaba organizada como una monarquía, cuyo rey pertenecía a la dinastía de los Argeadas, los cuales, desde el siglo V a. C., lograron imponer su posición sobre una nobleza fuerte, de carácter territorial. Argelao (413-399) trasladó la capital del reino a Pella, situada en una llanura costera, y construyendo una ciudad según el modelo griego; pero será con Filipo II, que ascendió al trono en el 359 a. C., cuando el país emprendió una serie de reformas que permitieron a Macedonia erigirse como la fuerza política más importante de Grecia.


Macedonia antes de Filipo II

Entre las reformas más importantes, cabe destacar la del ejército, en la que la fuerza militar surgió a partir de una falange de campesinos de gran capacidad ofensiva; en cuanto a los mandos militares, estos eran ostentados por los nobles, miembros de la poderosa aristocracia macedónica que, a su vez, conformaban el núcleo de una poderosa caballería siendo, el comandante supremo, el rey.

La expansión territorial de Filipo otorgó a Macedonia la posesión de importantes minas de oro y plata, que utilizó no sólo en la modernización de su ejército, sino también en la adquisición de influencia política en las ciudades del Egeo, que a su vez dependían de Macedonia para la consecución de madera y pez, materias primas imprescindibles para la construcción naval, tan importante entre los griegos. Además, Macedonia era un país rico en trigo y pastos, con una alta densidad de aldeanos y jinetes, aunque, en origen, con una costa marítima reducida. Si situación, ya de por sí buena, se vio acentuada por el agotamiento que habían sufrido presas y griegos tras las Guerras Médicas, o los posteriores enfrentamientos en los que se vio envuelto el mundo griegos a partir de éstas.


Macedonia a la muerte de Filipo II

En este contexto, el rey supo ganarse la voluntad de esta poderosa aristocracia otorgándole parte de las tierras conquistadas, a la vez que la hizo partícipe en una especie de Consejo Real. El Consejo estaba formado por un grupo restringido de personalidades importantes de reino, que secundaban al rey en el gobierno. Sus miembros pertenecían a tres categorías:

- Los nobles macedonios.
- Los amigos o compañeros reales.
- Los principales generales del ejército.

 
Filipo II

En el Consejo reinaban los principios democráticos de igualdad de palabra y de libertad de uso de la misma, a los cuales el rey si esa era la voluntad de sus miembros. No obstante, y como veremos más adelante, nuevas concepciones políticas producto de la posterior expansión de Macedonia por tierras persas y el préstamo de nuevos principios y comportamientos políticos propios del mundo oriental, caracterizados por el despotismo y la veneración al soberano, chocarán con la mentalidad macedonia, basada en una especie de democracia aristocrática practicada en el Consejo Real, llegando a ser, en ocasiones, irreconciliable.

 
El Sol de Verginia, simbolo de la dinastía Argéada


La importancia del ejército en Macedonia queda atestiguada por el hecho de que todos los ciudadanos/soldados se reunían en una asamblea popular al menos dos veces al año, en primavera y en otoño, lo que coincidía con el principio y el final de la temporada militar. Esta asamblea, en la que acudía el ejército en tiempos de guerra y el pueblo en tiempos de paz, la convocaba el rey y tenía un importante papel en los juicios importantes; podía  ser consultada para asuntos exteriores (declaraciones de guerra, tratados de paz o alianzas), así como para ascender a altos oficiales del estado sin olvidar su papel, incluso, en el nombramiento de nuevos monarcas. Aunque, en la mayoría de estas ocasiones, la Asamblea no hacía más que ratificar las propuestas del Consejo Real.

De este modo, tras suceder a su padre, Alejandro se encontró con que debía gobernar un país radicalmente distinto del que heredó Filipo II 23 años antes. El pequeño reino pobre y fronterizo reino, tantas veces desdeñado por los griegos, se había convertido en un poderoso Estado militar de fronteras consolidadas que, gracias a un ejército experimentado, dominaba indirectamente Grecia a través de la Liga de Corinto.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Alejandro Magno (I)

Alejandro Magno (21 de julio de 356 a. C.-13 de junio de 323 a. C.)

Hasta hace poco tiempo, en las noches de temporal, los pescadores de las islas griegas del Egeo, clamaban al mar embravecido gritando:

- "¿Poù ine ò Megalexandros?" (¿Dónde estás Alejandro Magno?).
Y ellos mismos se respondían: -"¡Zi ke vassilevi!" ("Vive y reina").

Creían que así rindiendo obediencia al soberano del mundo, el mar se calmaría.

También en Oriente Medio y Asia Menor, pervive el nombre de Alejandro, ya no sólo en multitud de cuentos de Las Mil y una Noches, en los que es mencionado como Iskander, sino que, en ciertos pueblos del este de Afganistán, todavía se dice que los caballos de los jefes descienden de Bucéfalo, el corcel de batalla del caudillo macedonio.

¿A qué se debe semejante fama? ¿Qué tenía aquel joven que sólo vivió 33 años y apenas reinó durante 13 para que su recuerdo permanezca tan arraigado 2.300 años después de su muerte? Si te interesa, no lo dudes y sigue leyendo, porque esta es su historia.

Hijo de Filipo II, rey de Macedonia y conquistador de Grecia, y de Olimpia, hija del rey del Épiro; el día de su nacimiento se tuvo noticia en la capital de tres triunfos: el del general Parmenión frente a los Ilirios, la victoria del sitio a una ciudad portuaria por su padre y la victoria del carro del rey en competición, que fueron considerados increíbles augurios en aquel tiempo. Cuenta la leyenda que, el mismo día en que nació Alejandro, un extravagante pirómano incendió una de las Siete Maravillas del Mundo, el templo de Artemisa en Éfeso, aprovechando la ausencia de la diosa, que había acudido a tutelar el nacimiento del príncipe. Cuando fue detenido, confesó que lo había hecho para que su nombre pasara a la historia. Las autoridades lo ejecutaron y ordenaron que desapareciese hasta el más recóndito testimonio de su paso por el mundo y prohibieron que nadie pronunciase jamás su nombre. Pero más de dos mil años después todavía se recuerda la infame tropelía del perturbado Eróstrato. Pero los sacerdotes de Éfeso, vieron en la catástrofe el símbolo inequívoco de que alguien, en alguna parte del mundo, acababa de nacer para reinar sobre todo el Oriente. Y según cuenta Plutarco, su nacimiento ocurrió durante una noche de vientos huracanados, que los augures interpretaron como el anuncio de Júpiter de que su existencia sería gloriosa.

Alejandro Magno junto a sus Padres, Filipo II y Olimpia, en la actual Skopje

Desde su primera infancia demostró poseer un carácter generoso y, parece ser que siempre se mostró seguro de sí mismo. De hecho, las fuentes dicen que, siendo todavía un niño se encontraba junto a su primer perceptor, Leónidas, ofreciendo incienso ante los dioses en un altar y debido a su prodigalidad con la cara resina, Leónidas, enojado, le reprochó con estas palabras:

- “Para hacer tan abundantes ofrendas, es preciso que esperes a que seas dueño del país del incienso”.

Años más tarde, cuando Alejandro fue señor de toda Asia, envió a su antiguo maestro, ya anciano, la increíble cantidad de cien talentos de aromas con lo siguiente carta:

- "Según tú, yo lo desperdiciaba. Y ya ves cómo los dioses me devuelven, con creces, lo que yo desperdicié por ellos."

A los trece años fue puesto bajo la tutela de Aristóteles, que sería su maestro en política, elocuencia e historia natural. El filósofo le transmitió la afición a la mitología y a la poesía de Grecia, al mismo tiempo que despertaba su interés por la filosofía y le mostraba al joven la magnitud de las hazañas de los griegos a lo largo de la historia.


 Alejandro, junto a sus futuros generales, recibe lecciones de Aristóteles

Los tres años que Alejandro estudió con Aristóteles tuvieron una importancia enorme para su formación. A través de sus enseñanzas planteó los proyectos de la expansión macedónica y la conquista de Persia que ya planteara Filipo, indentificándose con ellos y transformándolos en el objetivo principal de su propia vida. Además, a lo largo de su viaje, nunca dejó de escribirse con su mentor, al que enviaba extraños animales disecados, plantas desconocidas y todo tipo de curiosidades y relatos de todo aquello que encontró durante su expedición.

La rigurosa educación recibida por Alejandro lo tornó precozmente maduro; y, a pesar de su temperamento impetuoso, generalmente no se dejaba arrastrar por los impulsos. El historiador Plutarco afirma que “su moderación en los placeres se hizo notar desde los tiempos de su juventud”. Alejandro deseaba la gloria, pero no “cualquier gloria, adquirida sin esfuerzo”. Sólo las victorias conquistadas mediante el sacrificio y la tenacidad le parecían valiosas. Cierta vez sus amigos le preguntaron, al repartir un botín y no quedarse con nada del mismo, que qué guardaba para sí: “La gloria”, les respondió.

Otra anécdota dice que Filipo había comprado un gran caballo al que nadie conseguía montar ni domar. Alejandro, aún siendo un niño de 9 años, se dio cuenta de que el caballo se asustaba de su propia sombra y lo montó dirigiendo su vista hacia el sol. A partir de entonces, Bucéfalo fue la montura de Alejandro y le acompañaría en sus conquistas, hasta que murió a la edad de 30 años, en su memoria, Alejandro fundó la ciudad de Alejandría Bucéfala.
 Alejandro, siendo todavía un niño, consigue domar a Bucéfalo

Además, tras domarlo, su padre le dijo: "Búscate otro reino, hijo, pues Macedonia no es lo suficientemente grande para ti". Y eso hizo, pues a los 20 años Alejandro comenzó la expedición de conquista del Imperio Persa, a lomos de ese mismo caballo.

Muy pronto, con sólo 16 años, (340 a. C.) su padre lo asoció a tareas del gobierno nombrándolo regente y dos años después, en el 338 a. C.,dirigió la caballería macedónica en la batalla de Queronea. En ésta, Filipo derrotó a la Liga formada por Atenas, Tebas y varias ciudades-estados del Peloponeso, asegurándose el dominio sobre Grecia. Sin embargo, impuso su política sin anexar el territorio conquistado, garantizando la libertad y la autonomía de las poleis, organizando una alianza de comunidades (la Liga de Corinto), de la que se convirtió en hegemon  del synedrion, órgano supremo que decidía las cuestiones de paz y guerra.

De esa manera, en caso de que Grecia se viese obligada a luchar, todos sus ejércitos quedaban bajo sus órdenes. La oportunidad llegaría cuando fue aceptada su proposición de liberar a las colonias helénicas sometidas por los persas. Había llegado el momento en que podía concretar sus planes: extender la supremacía macedónica hasta el Asia Menor, conquistando también Tracia, el Helesponto y el Bósforo.

En esta guerra contra las ciudades griegas, Alejandro supo ganarse la admiración de sus soldados y adquirió tal popularidad que los súbditos comentaban que Filipo seguía siendo su general, pero que su rey ya era Alejandro. Y él, desde siempre, tuvo clara su condición. Se dice que, en una ocasión que estaba practicando deporte y haciendo ejercicio, alguien le preguntó: 

-“¿Y vas a participar en los juegos olímpicos?”
A lo que Alejandro respondió: -"Si mis otros adversarios fuesen reyes, sí"-.

Pero un nuevo matrimonio de su padre, que pudo haber puesto en peligro su derecho al trono, hizo que Alejandro se enemistara con Filipo. En la celebración de la boda, el nuevo suegro de Filipo (un poderoso noble macedonio llamado Átalo) rogó porque el matrimonio diera un heredero legítimo al rey, en alusión a que la madre de Alejandro era una princesa de Epiro y que la nueva esposa de Filipo, siendo macedonia, daría a luz a un heredero totalmente macedonio y no mitad macedonio y mitad epirota como Alejandro, con lo cual sería posible que se relegara a este último de la sucesión. Alejandro se enfureció y le lanzó una copa, espetándole:

- “Y yo ¿qué soy? ¿un bastardo?”.

Alejandro se tuvo que exiliarse, le acompañaron sus mejores amigos que, en el futuro serían los generales que conquistaron el mundo conocido, y pasaron un año alquilando sus espadas, como medio de sobrevivir, en las tierras de frontera. A penas tenían 17 años, al año el rey los perdonó.

Cuando Filipo murió asesinado y Alejandro fue coronado rey de Macedonia, tuvo que someter una rebelión de las ciudades griegas. Una vez sofocada, el joven rey se encontraba en Atenas y, apasionado de la filosofía como era, fue a visitar a Diógenes "El Cínico", un curioso y famoso filósofo que, habiendo renunciado a toda posesión, vivía en un barril, en medio de la plaza. Ese día, mientras Diógenes estaba tomando el sol, se le presento el monarca macedonio diciéndole que él era el gran Alejandro y que estaría encantado de hacer por el filósofo cualquier cosa que estuviera en su mano.

Diógenes le contestó: -“Pues aparta, que me tapas el sol”.

Alejandro y Diógenes
Según sigue la leyenda, algunos se rieron de él por desaprovechar así la ocasión y Alejandro les reprochó su actitud diciendo: 

- “De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes”.

Alejandro Magno (II)

Sometida Grecia, Alejandro cruzó el Helesponto hacia Asia Menor, pretendiendo seguir los planes de su padre de liberar a los 10 000 griegos que se encontraban bajo dominio persa. Mientras preparaba su partida, le comunicaron que la estatua de Orfeo, el tañedor de la lira, sudaba, y Alejandro consultó a un adivino para averiguar el sentido de esta premonición. El augur le pronosticó un gran éxito en su empresa, porque la divinidad manifestaba con este signo que para los poetas del futuro resultaría arduo cantar sus hazañas.

De este modo, tras encomendar a su general Antípatro que conservara Grecia en paz, en la primavera del año 334 a.C. cruzó el Helesponto con 37 000 hombres dispuestos a vengar las ofensas infligidas por los persas a su patria en el pasado. No regresaría jamás. Alejandro ocupó Tesalia y declaró a las autoridades locales que el pueblo tesalio quedaría para siempre libre de impuestos. Juró también que, como Aquiles, acompañaría a sus soldados a tantas batallas como fueran necesarias y, por todos los dioses que lo cumplió.

En el transcurso de la campaña, decidió destruir la ciudad enemiga de Lámpsaco, en una de las orillas del Helesponto, cuando para evitar la catástrofe se aventuró a presentarse ante él Anaxímenes, ilustre hijo de la ciudad y autor del primer manual de retórica conocido. Al verlo Alejandro acercarse, con la intención de pedir perdón para su ciudad, le gritó a varios metros de distancia:

- “Te juro, que no te voy a conceder lo que me vas a suplicar”.
- “Pues entonces yo te suplico- dijo Anaxímenes – que destruyas mi ciudad”.

Y así se libró Lámpsaco de ser arrasada.

Tiempo después, otra anécdota singular ofrece un nuevo diálogo legendario, pero esta vez con Diónides, pirata famoso entre los carios, los tirrenos y los griegos, quien, capturado y conducido a su presencia, no se arredró ante la amonestación del rey cuando éste le dijo:

-"¿Con qué derecho saqueas los mares?"
Diónides le respondió: - "Con el mismo con que tú saqueas la tierra";
-"Pero yo soy un rey y tú sólo eres un pirata"-, dijo Alejandro.
-"Los dos tenemos el mismo oficio -contestó Diónides-. Si los dioses hubiesen hecho de mí un rey y de ti un pirata, yo sería quizá mejor soberano que tú, mientras que tú no serías jamás un pirata hábil y sin prejuicios como lo soy yo"-

Alejandro, por toda respuesta, lo perdonó.

En la primera contienda que se libró en territorio asiático, la batalla del Gránico, los sátrapas le hicieron frente con un ejército de 40 000 hombres comandado por el astuto Memmón de Rodas y compuesto en su mayor parte por mercenarios griegos, pero el ejército persa ofreció una débil resistencia y fue vencido. En esta fragorosa y cruenta batalla Alejandro estuvo a punto de perecer, y sólo la oportuna ayuda en el último momento de su general Clito le salvó la vida.

A comienzos del año 333 a. C., Alejandro llegó con su ejército a Gordión, ciudad que fuera corte del legendario rey Midas e importante puesto comercial entre Jonia y Persia. Allí los gordianos plantearon al invasor un dilema en apariencia irresoluble: un intrincado nudo ataba el yugo al carro de Gordio, rey de Frigia, y desde antiguo se afirmaba que quien fuera capaz de deshacerlo dominaría el mundo. Todos habían fracasado hasta entonces, pero el intrépido Alejandro no pudo sustraerse a la tentación de desentrañar el acertijo. Tras dar varias vueltas alrededor del yugo, desenvainó su espada y lo cortó de un preciso tajo diciendo: "Tanto monta, cortar como desatar." Este símbolo y leyenda será representado, mucho después, en el escudo de los Reyes Católicos.


Alejandro corta el nudo gordiano

Posteriormente Alejandro  cruzó el Taurus y franqueó Cilicia. En otoño del 333 a. C., se enfrentaría a Darío III en la batalla de Isos. Cuando el resultado de la contienda era todavía incierto, el cobarde rey persa huyó, abandonando a sus hombres a la catástrofe. Las ciudades fueron saqueadas y la mujer y las hijas del rey fueron apresadas como rehenes, de modo que Darío se vio obligado a presentar a Alejandro unas condiciones de paz extraordinariamente ventajosas. Le concedía la parte occidental de su imperio y la más hermosa de sus hijas como esposa. Al noble Parmenión le pareció una oferta satisfactoria, y aconsejó a su rey:

- "Si yo fuera Alejandro, aceptaría."
A lo cual éste replicó: -"Y yo también aceptaría, si fuera Parmenión."

Sin embargo, la familia de Darío III fue capturada en el interior de una lujosa tienda, aunque Alejandro trató a todos con gran cortesía, manteniéndoles su rango real y privilegios. Se cuenta que, tras la batalla, Alejandro y Hefestión fueron a inspeccionar el botín ganado, que incluía al harén real. Fue entonces cuando ambos conocieron a Estatira y Sisigambis, respectivamente la mujer embarazada de Darío III Codomano y la madre de éste. Mirando a ambos hombres, la reina madre mostró sus respetos postrándose ante Hefestión, quien era el más alto y bello, y, según la lógica persa, el más impresionante de los dos debía ser el rey. Comprendiendo por los gestos que el séquito le hacía que se había equivocado, comenzó otra prosternación ante Alejandro. Éste, levantándola, la corrigió diciendo: "No te preocupes, madre, no has cometido ningún error. Hefestión es como yo mismo".


 Estatira y Sisigambis confunden a Hefestión con Alejandro y se arrodillan ante él

Su generosidad y el amor que tenía por sus soldados queda demostrada en la siguiente anécdota. Cuenta Plutarco que un emisario conducía al palacio de Alejandro un mulo con un cargamento de oro. Tanto oro llevaba el mulo, que no pudo con el peso y se desplomó muerto. El emisario cargó el oro sobre sus hombros y así, agobiado por el peso, y pasó a paso, sustituyó al mulo y consiguió llegar con mucho esfuerzo a palacio. Cuando Alejandro le vio tan agotado, agradecido por su devoción, le preguntó:

- "¿Serías capaz de llevar este oro un poco mas lejos?"
- "Por ti Alejandro, soy capaz de todo"- contestó el soldado.
- "Pues si lo llevas hasta tu casa, tuyo es", zanjó Alejandro.

Después vino la conquista de Fenicia, que fue rápida a excepción del sitio de Tiro que duró siete duros meses de asedio, tomó Jerusalén y penetró en Egipto sin hallar resistencia alguna, es más, precedido de su fama como vencedor de los persas, fue acogido como un libertador.

Alejandro se presentó a sí mismo como protector de la antigua religión de Amón y, tras visitar el templo del oráculo de Zeus Amón en el oasis de Siwa, situado en el desierto Líbico, se proclamó su filiación divina al más puro estilo faraónico, después se dirigió a Egipto. A raíz de este acontecimiento, Alejandro escribió a su madre una carta con la siguiente fórmula gratulatoria:

- "Alejandro, rey de Asia, hijo de Zeus Amón, saluda a su madre Olimpia".

A la vuelta del regio correo macedonio, contestaba Olimpia a su hijo:

- "Hazme el favor, hijo mío querido, y calla. No me delates, por favor, a la diosa Hera, pues podría tomar terrible venganza contra mí, si tú vas propalando en tus cartas que soy la querida de su olímpico marido".


Alejandro Magno, como faraón de Egipto, ante Amón-Ra, en el templo de Luxor

Finalmente, se le concedió a Alejandro la corona de los dos reinos, siendo nombrado fararón en Menfis en el 332 a. C. Antes de partir, al regresar por el extremo occidental del delta del Nilo, fundó, en un admirable paraje natural, la ciudad de Alejandría, que se convirtió en la más prestigiosa de los tiempos helenísticos. Para determinar su emplazamiento contó con la inspiración de Homero, ya que solía decir que el poeta se le había aparecido en sueños para recordarle unos versos de la Ilíada:

"En el vinoso y resonante Ponto
hay una isla a Egipto contrapuesta
de Faro con el nombre distinguida."

En la isla de Faro y en la costa próxima planeó la ciudad que habría de ser la capital del helenismo y el punto de encuentro entre Oriente y Occidente. Como no pudieron delimitar el perímetro urbano con cal, Alejandro decidió utilizar harina, pero las aves acudieron a comérsela destruyendo los límites establecidos. Este acontecimiento fue interpretado como un augurio de que la influencia de Alejandría se extendería por toda la Tierra y que a ella vendrían gentes de todas partes del mundo, gracias a sus riquezas. Y así fue.

Alejandro Magno y sus ingenieros trazan, con harina, el plano de Alejandría en el Delta del Nilo
Tras la toma de Egipto, y a partir de 331 a. C., Alejandro reorganizó la conquistas de sus territorios desde Tiro. En la primavera prosiguió su exploración atravesando el Éufrates y el Tigris, y en la llanura de Gaugamela se enfrentó al último de los ejércitos de Darío, llevando a su fin, en la batalla de Arbelas, a la dinastía Aqueménida. Las impresionantes tropas persas contaban en esta ocasión con una aterradora fuerza de choque: elefantes.

Parmenión era partidario de atacar amparado por la oscuridad, pero Alejandro no quería ocultar al sol sus victorias. Aquella noche durmió confiado y tranquilo mientras sus hombres se admiraban de su extraña serenidad. Había madurado un plan genial para evitar las maniobras del enemigo. Su mejor arma era la rapidez de la caballería, pero también contaba con la escasa entereza de su contrincante y planeaba descabezar el ejército a la primera oportunidad. Efectivamente, Darío volvió a mostrarse débil y huyó ante la proximidad de Alejandro, sufriendo una nueva e infamante derrota. A partir de aquí, todas las capitales importantes se abrieron ante los griegos.

Alejandro Magno (III)

Alejandro procedió cuidadosamente ocupando las ciudades, apoderándose de los caudales persas y asegurando las líneas de abastecimiento. De Susa pasó a Persépolis, donde quemó el palacio de la ciudad durante una fiesta. Después, se dirigieron hacia Ectabana para perseguir a Darío, al que encontraron en el camino asesinado por sus nobles, que ahora obedecían a Bessos, sátrapa de Bacrtia, proclamado como nuevo rey de Persia. Era el año 330 a. C. Alejandro se hizo cargo de los restos de su difunto enemigo, ordenando su sepultura en la tumba real de Persépolis. Con este aparente gesto de benevolencia subrayaba en realidad su condición de legítimo sucesor de Darío III y, como tal, debía acabar con el usurpador del trono y conquistar los territorios orientales del Imperio persa.


Las tropas macedonias incendian Persépolis

Los extranjeros que vivían en Persia se sintieron identificados con Alejandro y se comprometieron con él para venerarle como nuevo gobernante. En su idea de conquista también estaba la de querer globalizar su Imperio mezclando distintas razas y culturas. Los sátrapas en su mayoría conservaron sus puestos, aunque supervisados por un oficial macedonio que controlaba las fuerzas armadas.

No obstante, no tardaron en surgir algunos problemas que amenazaron con quebrar la unidad y la estabilidad de las rápidas conquistas. A las sublevaciones en los territorios recientemente conquistados de algunos sátrapas persas de Media, Persia y Carmania se sumó un problema aún más grave: la oposición surgida en el seno de los propios macedonios, motivada en parte, al parecer, por la adopción de Alejandro del ceremonial persa con el que los súbditos agasajaban a sus soberanos, que incluía la prosternación, o proskynesis, algo que indignaba a los nobles macedonios, acostumbrados a tratar al rey como uno más durante las reuniones del Consejo.

Los primeros problemas que tuvieron lugar en el entorno de Alejandro parecieron confirmarse en el año 330 a.C., cuando Filotas, su amigo de infancia, comandante de la caballería e hijo de Parmenión, fue acusado de traición y ejecutado, al parecer, por silenciar una conjura contra Alejandro. La condena alcanzó al propio Parmenión, que había permanecido con parte del ejército en Ecbatana, ante los recelos del macedonio de que, en venganza, cortase los suministros al grueso del ejército.

Algo después, en el año 328 a.C., en medio de un banquete y en un ataque de ira atenuado por sus excesos con el alcohol, le arrojó una lanza a su general y amigo Clito, que había manifestado abiertamente su disconformidad con algunos aspectos del comportamiento de Alejandro para con los persas sus costumbres. Inmediatamente se arrepintió de su airada reacción y apunto estuvo de quitarse él mismo la vida, si no hubiese sido frenado por sus soldados.

La muerte de Clitio el Negro
En la región sudoriental del mar Caspio y en el área irania también sometió a diversos pueblos, así como los territorios de Partia. Marchó entonces Alejandro hacia Oriente, conquistando sucesivamente Aria, Drangiana y Aracosia, donde se detuvo en la primavera del año 329 a.C. antes de atravesar el Paropámiso y la cordillera del Hindú Kush.

Sin que las imponentes alturas supusieran un obstáculo, llegó a Bactriana, el refugio del usurpador Beso, que, sin embargo, se había dado a la fuga, aunque acabó capturado y ejecutado.

Alejandro se casó en Bactria con Roxana, para consolidar sus relaciones con las nuevas satrapías de Asia Central. Después, en el 326 a. C., puso toda su atención en el subcontinente indio e invitó a todos los jefes tribales, al norte de lo que ahora es Pakistán para que vinieran a él y se sometieran a su autoridad; pero los rajás de algunos clanes de las montañas, se negaron a ello.

Infatigable en su afán de conquista, Alejandro continuó con su ejército en Sogdiana, tomando la capital, Maracanda (Samarcanda). Una revuelta surgida en esta ciudad, encabezada por Espitámenes, fue sofocada con prontitud, con la consiguiente muerte del insurrecto. Se alcanzaba así el límite del Imperio persa en el río Yaxartes. Sin embargo, la búsqueda de un confín natural explica su posterior campaña en la India, en la región del río Indo, concretamente en la conocida como de los "cinco ríos" (Punjab).

Alejandro se enzarzó en una feroz contienda contra los reinos de la India, llevando a su ejército a atravesar el Hindu Kush y a dominar el valle del Indo, con la única resistencia del rey indio Poros en el río Hidaspes.

En la primavera del año 326 a.C., llegó a las riberas del Indo, granjeándose pronto el apoyo del rey Taxiles y de otros príncipes de la región del río Hidaspes, incluso en su enfrentamiento con el rey Poros, que dominaba la región que quedaba comprendida entre el Hidaspes y el río Acesines.


 Alejandro Magno en la India combatiendo con el rey Poros

Finalmente alcanzó el río Hifasis, el más oriental de todos, obteniendo de esta forma la sumisión de la región. Pero cuando Alejandro manifestó su determinación de marchar al este para conquistar más territorio de la India, sus soldados, cansados de una campaña tras otra, se amotinaron y se rehusaron a continuar. Fue su primer y último motín, y aunque los curtidos veteranos acabaron llorando y pidiéndole perdón, Alejandro accedió a sus demandas y mandó regresar a las tropas, no sin antes levantar doce altares de proporciones gigantescas en honor a los Dioses Olímpicos que marcarán los límites de su expedición.

Mandó excavar en el lugar un foso de 50 pies de ancho por 40 de profundidad, con el que circundó un campamento que era el triple que el preexistente. Amontonó la tierra del foso en un gran muro y ordenó a la infantería que construyese unos barracones con dos camastros de cinco codos por cada hombre, y a la caballería que hiciese unos pesebres de doble tamaño que los ordinario. Quería con esto dejar a los indígenas pruebas de que los hombres que por allí habían pasado eran de dimensiones descomunales y que les excedían con mucho por su extraordinaria fuerza física.

En la India, Alejandro conoció a Kalanos, gimnosofista y filósofo hindú que formó parte de la corte de Rey Macedonia junto con otros muchos filósofos. Y fue a través de éste que Alejandro llegó a conocer al líder de los gimnosofistas, Dandamis, con el que tendría un famoso concilio.

Kalanos declinó los fastuosos regalos que el rey macedonio quiso otorgarle, afirmando que sus deseos no podían ser satisfechos por las posesiones materiales. Según parece, Kalanos le explicó en el transcurso de su conversación que, incluso si Alejandro ordenaba matarle, simplemente "sería liberado de su cuerpo de carne aquejado de la edad y enviado a una vida mejor y más pura." Éste y otros aspectos de su filosofía hicieron que Alejandro se mostrase interesado por las posturas de los sabios hindúes. Alejandro intentó persuadir a Kalanos a acompañarle y quedarse en su corte, aunque fuera como prisionero, a lo que Kalanos replicó: "¿De qué podría servirte yo, Alejandro, exhibido ante los griegos, si soy obligado a hacer lo que no deseo hacer?". En cualquier caso, Kalanos aceptó unirse a él y compartir sus enseñanzas, las cuales representaban "la honestidad y libertad de oriente", según los griegos.

En la región del Hidaspes, donde se detuvo el ejército en el invierno de 325 a.C. para construir una flota, se produjo el enfrentamiento con los malios, en el que Alejandro resultó gravemente herido por una flecha. En el verano del mismo año se emprendió el retorno, dividiendo el ejército con el fin de seguir un doble itinerario, uno por tierra, a lo largo de la costa y bajo el mando de Alejandro, y otro por mar, con la flota construida para la expedición a través del océano Índico y del golfo Pérsico, dirigida por Nearco.

El regreso por tierra se hizo por el sur de Persia, a través del desierto Gedrosiano, donde Alejandro sufrió fuertes pérdidas (se calcula que un tercio de su ejército) a consecuencia de las abrumadoras condiciones del aquel inhóspito paraje. Alejandro y lo que quedaba de su ejército se dirigieron a Susa y después Ectabana.

Estando en Susa, Kalanos, el sabio hindú, cayó gravemente enfermo a los 73 años y aseguró a Alejandro que prefería morir antes que vivir lisiado por la fiebre. Aunque el rey intentó disuadirle de este propósito, terminó accediendo a sus deseos y mandó a Ptolomeo construir una pira para él de acuerdo con sus instrucciones. Kalanos repartió entre la gente los regalos que el rey alguna vez había intentado darle, así como su caballo, que entregó a su pupilo griego Lisímaco y se coronó sólo con una guirnalda de flores para el acto. Ante el asombro de todos los asistentes, que incluían a los almirantes Nearco y Cares de Mitilene, Kalanos ardió hasta su muerte sin un solo gesto de dolor, manteniéndose tan sereno como siempre había sido a lo largo de su vida. Y aunque Alejandro no pudo asistir personalmente a su inmolación, las últimas palabras del hindú fueron dirigidas a él. Se trataba de una enigmática frase: "volveremos a vernos en Babilonia", que, desgraciadamente, no tardaría en hacerse realidad.

Kalanos, en su pira funeraria, profetiza la muerte de Alejandro




Alejandro Magno (IV)

El otoño de 324 a. C., el ejército de Alejandro se encontraba acuartelado en aquella Ectabana para pasar el invierno. Pero Hefestión enfermó durante los juegos que se celebraron en la corte y murió una semana después. Los síntomas descritos son compatibles con la fiebre tifoidea, pero nunca se excluyó la posibilidad de envenenamiento, ya que como favorito de Alejandro e íntimo amigo, debió tener muchos enemigos políticos.


Hefestión, enfermo en Ectabana, es atendido por el médico Glaucias

Sea cual fuere la causa de la muerte de Hefestión, se dice que Alejandro se volvió loco de dolor, quedó en cama durante varios días sin comer, beber o hablar, se hizo afeitar la cabeza y las crines de los caballos del ejército, canceló todos los festejos y colgó a Glaucias, el médico que había atendido a Hefestión.

Alejandro partió para Babilonia con el cadáver, donde celebró fabulosos juegos funerarios en su recuerdo. El Oráculo de Siwa, ante la pregunta de Alejandro de cómo tenía que ser venerado Hefestión, respondió que debería ser adorado como un héroe divino. Hefestión fue incinerado en Babilonia, en presencia de todo el ejército.

Según varios cronistas, una serie de presagios funestos anunciaron la prematura muerte de Alejandro que ocurrió solo unos meses después que la de Hefestión, cuando aún se estaba construyendo un espléndido monumento funerario en honor de este último. Antes de entrar en Babilonia, los sacerdotes de Bel, le aconsejaron que no entrará en la ciudad, pues los astros no se mostraban propicios para ello y le pidieron que se dirigiera al este y que esperase en Susa. Pero Alejandro desobedeció su advertencia. Aún es más, en honor a Hefestión, ordenó que se apagasen todos los fuegos sagrados de la ciudad, acción que sólo se hacía tras la muerte de un rey, lo que no podía presagiar nada bueno. Y finalmente, dando un paseo en barca por el Éufrates, la cinta blanca y roja que llevaba en la cabeza como símbolo de la realeza, le fue arrancada por una repentina ráfaga de aire. Un solícito esclavo se arrojó al agua a por ella y, para que no se mojase, la colocó en su cabeza mientras nadaba hacia la embarcación del rey. Sin duda, este era el último augurio que marcaba la sucesión del rey y, por tanto, su muerte.

Entretanto, Alejandro se afanaba en sus planes para preparar una amplia expedición de conquista a Arabia y que debía continuar por todo el norte de África e incluso por el resto de la cuenca mediterránea para llegar a Grecia por el oeste. Pero estos planes quedaron truncados por su prematura muerte acaecida el 13 de junio del año 323 a.C. Alejandro, debilitado por sus heridas y la fiebre, agravado por sus excesos con el alcohol, murió a la temprana edad de treinta y dos años. Existen varias teorías sobre la causa de su muerte, que incluyen envenenamiento; enfermedad (se sugiere que pudo ser la fiebre del Nilo), o, con seguridad, una recaída de la malaria. Su misteriosa muerte en Babilonia todavía alimenta más la leyenda de este personaje. Se dice que, en sus últimos días, ya agonizante; se incorporó sobre su lecho de muerte y se despidió de sus soldados, uno a uno, con plena conciencia de su dignidad. Así acababa el que con sus acciones militares había extendido ampliamente la influencia de la civilización griega por todo el mundo conocido y preparó el camino para los reinos del periodo helenístico y la posterior expansión romana. Durante su corto reinado, fundó 70 ciudades, de las cuales 50 llevaban su nombre, y conquistó uno de los mayores imperios del mundo.


 Alejandro, agonizante, se despide de cada uno de sus soldados

Tras su muerte, los lamentos se propagaron por la ciudad, los miembros de su guardia personal deambularon bañados en lágrimas, los persas se raparon la cabeza en señal de duelo y todos los templos apagaron sus fuegos. Sus generales se afanaron desde ese instante en una vertiginosa lucha por el poder, en torno a su féretro en el que quizás aún seguía vivo, aunque en coma terminal, ya que la frescura y el color natural del cadáver, que había pasado cierto tiempo desatendido, produjeron gran asombro a quienes lo vieron.

Alejandro no tenía ningún heredero legítimo: su medio hermano Filipo Arrideo era deficiente, su hijo Alejandro nacería tras su muerte, y su otro hijo Heracles, cuya paternidad está cuestionada, era de una concubina. Debido a ello, la cuestión sucesoria era de vital importancia. En su lecho de muerte, sus generales le preguntaron a quién legaría su reino. Se debate mucho lo que Alejandro respondió: algunos creen que dijo Krat'eroi (‘al más fuerte’) y otros que dijo Krater'oi (‘a Crátero’). La mayoría de los historiadores creen que si Alejandro hubiera tenido la intención de elegir a uno de sus generales obviamente habría elegido a Crátero porque era el comandante de la parte más grande del ejército, la infantería, porque había demostrado ser un excelente estratega, y porque tenía las cualidades del macedonio ideal. Pero Crátero no estaba presente y, además, no parecía ansiar el cargo, por lo que el imperio se dividió entre sus sucesores (los Diádocos).

Una vez embalsamado con especias preciosas, se introdujo su cuerpo en un féretro de oro y sus restos fueron cubiertos por un paño mortuorio púrpura bordado en oro, sobre el cual se exponía la panoplia de Alejandro. Encima, se construyó un templo dorado. Columnas jónicas de oro sustentaban un techo abovedado de escamas de oro incrustadas en joyas y coronado por una relumbrante corona de olivo en oro que llameaba bajo el sol. En cada esquina del féretro, se alzaba una Victoria, también de noble metal, que sostenía un trofeo.
Bajo la cornisa del templo se había esculpido un friso. En el primer panel, Alejandro aparecía en un carro de gala, acompañado de jinetes macedonios y persas. El segundo representaba un desfile de elefantes indios de guerra; el tercero, a la caballería en orden de combate y, en el último, a la flota. Los espacios entre las columnas estaban cubiertos por una malla dorada que protegía del sol y de la lluvia el sarcófago tapizado, pero sin obstruir la mirada de los cientos de curiosos que formaron parte del cortejo. La entrada a su interior, estaba guardada por dos leonés de oro.


Reconstrucción del catafalco que transportó los restos de Alejandro, según la desceripción de Diodoro Sículo

Toda la estructura era acarreada por sesenta y cuatro mulas que, en tiros de cuatro, estaban uncidas en otros cuatro yugos. Cada mula contaba con una columna dorada, un cascabel de oro colgado de cada quijada y un collar incrustado en gemas.

El cortejo se dirigía a Ageae, la antigua capital de Macedonia, donde estaba el panteón real para ser enterrado. Ya que, según la tradición, la dinastía Argéadas desaparecería cuando está tradición dejase de respetarse. Pero en Siria, apareció Ptolomeo a su encuentro con un poderoso ejército, y llevó sus restos a Egipto, donde, tras una breve estancia en Menfis, serían enterrados en Alejandría.

Tal vez, como consecuencia de no haber sido enterrado en Ageae, todos sus familiares y herederos, tanto su madre Olimpia, su esposa Roxana, su hijo Alejandro, su amante Barsine y su hijo Heracles, fueron mandados asesinar por Casandro, lo que llevó a la extinción de la dinastía Argéada. Y a pesar de los intentos de mantener unificado el Imperio macedónico, éste acabaría por dividirse en varios reinos independientes que fundaron sus antiguos generales.

Julio César rindiendo homenaje al cuerpo de Alejandro
 
El cuerpo de Alejandro fue venerado en Alejandría durante siglos, y no fueron pocos los que no dudaron en visitarlo: César le rindió homenaje, también Marcó Antonio o Augusto, quién dejó ante él un estandarte imperial. Hoy en día, la ubicación de la tumba de tan importante conquistador o el lugar en que reposan sus restos sigue siendo un misterio.


martes, 29 de noviembre de 2016

Algunos de los compañeros de Alejandro (I)

Hefestión (356-324 a. C.)

Aunque se dice que Hefestión Amíntoros nació el mismo día que Alejandro Magno,  es probable que sólo lo hiciese el mismo mes. Este personaje fue un noble y general macedonio que llegó a ser el hombre de confianza del rey en las tareas de gobierno y guerra. No en vano, ambos personajes estuvieron muy unidos: íntimos desde la infancia, ya que compartieron educación en Mieza bajo la tutela de Aristóteles, mantuvieron una estrecha relación que fue más allá de la amistad. De hecho, Hefestión no contrajo matrimonio hasta que Alejandro se lo ordenó (el rey se desposó con la princesa Estatira y Hefestión con Drieptis, hermana menor de ésta, por lo que llegaron a ser cuñados) y sólo su muerte pudo separarlos.

Hefestión acompañó a Alejandro desde el principio de su campaña asiática como uno de los principales comandantes de la unidad de caballería y, antes de la invasión de la India, fue designado como segundo en el mando. De este modo, participó en las batallas de Pelión y el Gránico, en los sitios de Halicarnaso y de Mileto, en la batalla de Issos, en los sitios de Tiro y Gaza, en la batalla de Gaugamela y en la de Las Puertas Persas, en el sitio de Aornos y en la batalla del Hidaspes.

Al parecer, era un hábil organizador y Alejandro le confió numerosos aspectos logísticos en materia de suministros, transporte de equipamiento, construcción de puentes y establecimiento de asentamientos.



Busto de Hefestión

La muerte de Hefestión se produjo tras el otoño de 324 a. C., en Ectabana. Allí el ejército se había acuartelado para pasar el invierno tras la campaña de ese año. Hefestión, durante los juegos que se celebraron en honor a las tropas y a la victoria, enfermó y murió una semana después. Este triste acontecimiento fue una verdadera tragedia para Alejandro que, loco de dolor, quedó en cama varios días, sin comer, sin beber y sin hablar con nadie. En señal de duelo se hizo afeitar la cabeza y las crines de todos los caballos del ejército, canceló las celebraciones e incluso mandó ahorcar a Glaucias, el médico que había atendido a su compañero.

Los funerales de Hefestión fueron dignos de un rey y se celebraron en Babilonia, en presencia de todo el ejército. Tan sólo unos meses después, cuando ni tan si quiera se había terminado de construir su monumento funerario, murió el propio Alejandro.


Clitio el Negro (375-328 a. C)

Ya Drópidas, el padre de Clito, servía a Filipo II de Macedonia, por lo que Clitio, desde muy joven, se incorporó a la corte macedonia. Allí estudió la carrera militar, además de aprender literatura, geografía o matemáticas. La importancia de su familia y sus buenas relaciones con los Argéadas quedan de sobra atestiguadas por el hecho de que su hermana Lanice fuese la nodriza del príncipe Alejandro.

También Clitio, desde joven y junto con un grupo de soldados escogidos, cuidaba de la seguridad del hijo de Filipo y de los hijos de otros importares nobles como Hefestión, Crátero, Nearco, Ptolomeo, Pérdicas o Seleuco, que estaban estudiando bajo la enseñanza de Aristóteles en Mieza.

Comenzó su carrera militar en el año 343 a. C., combatiendo junto al rey Filipo; para después acompañar a Alejandro en la conquista del Imperio Aqueménida.

En el 334 a. C. le salvó la vida en la batalla del río Gránico, segando con su espada el brazo de un enemigo que cerca estuvo de acabar con la vida de Alejandro; llegándo a ser, a partir del año 330 a. C., jefe de la caballería de los hetairoi junto con Hefestión. Dos años más tarde, fue nombrado sátrapa de Bactriana.


Clitio el Negro salvándole la vida a Alejandro en la Batalla del Gránico

Debido al interés de Alejandro por integrar a los persas en el ejército, así como muchas de las costumbres de estos pueblos (algunas contrarias a los ideales macedonios), comenzó su distanciamiento con el rey. Estas tensiones le llevaron a que, en el año 328 a.C., durante un banquete celebrado en Maracanda, al que asistieron importantes griegos y  asiáticos, Alejandro y él se enzarzaran en una fuerte discusión.

A mitad de la celebración y tras excederse con el vino, Alejandro anunció una reorganización en los mandos y ordenó a un consternado Clitio que tomara a 16 000 prisioneros griegos para luchar contra los nómadas de Asia Central. Clitio protestó y criticó al rey por su bravuconería, dando comienzo a una acalorada discusión con el rey que acabó en un cruce de reproches, en la que Clito criticó la "orientalización" del rey macedonio y su ingratitud para con sus soldados griegos y macedonios, quien según él eran los verdaderos responsables de los triunfos de Alejandro, insinuando, incluso la participación de Alejandro en el asesinato de Filipo. Entre ambos comenzó una fuerte pelea, que se dio por zanjada cuando Alejandro, embriagado por la ira y el alcohol, lo atravesó con una lanza acabando con su vida al instante.

Inmediatamente, el joven rey tomó conciencia que había matado a un gran amigo y leal general y deseó quitarse la vida justo después, pero el resto de sus generales se lo impidieron. Estuvo encerrado durante varios días y el resto de su vida lamentó error.


Nearco

Originario de la ciudad de Lato, Creta, su familia se mudó a Anfípolis durante el reinado de Filipo II, (posiblemente después de que éste tomara la ciudad en el 357 a. C.), siendo Nearco un adolescente.

Su familia debió ser influyente, pues junto con Ptolomeo, Erigio, Laomedonte y Hárpalo, hizo de "hermano mayor" de Alejandro, actuando como mentor y consejero del joven príncipe.

Al inicio de la expedición, Alejandro le dio el título de sátrapa de Licia y Panfilia en el 334 ó 333 a. C., cargo que ostentó hasta el 328 a. C., momento en que volvió a reunirse con Alejandro en la Bactria, llevándole refuerzos. Pese a que desconocemos su relación con el mar y los barcos hasta el 326 a. C., ese mismo año fue nombrado almirante de la flota que Alejandro había construido en el Hidaspes, y que en parte fue costeada por Nearco. Con ella, navegó desde el Indo hasta el Golfo Pérsico, travesía que consignó por escrito. Tras muchas aventuras, llegó a Carmania, reuniéndose de nuevo con Alejandro Magno después de haber cruzado éste último el desierto de Gedrosia con consecuencias desastrosas para las tropas (se dice que dos tercios de su ejército perecieron en el intento). Nearco continuó después su viaje, llegando hasta el Éufrates antes de volver a encontrarse con Alejandro en Susa, a principios del 324 a. C.

Parece ser que Nearco iba a ser el almirante de la flota de invasión a Arabia, pero esos planes pronto se desvanecieron tras la muerte del rey. En los posteriores enfrentamientos sobre quién debería gobernar el Imperio de Alejandro, Nearco apoyó a Heracles, el hijo de Barsine y Alejandro, lo que es comprensible, ya que la amante de Alejandro era ya su suegra. Comandó tropas ligeras apoyando a Antígono y fue el consejero de Demetrio en el 312 a. C. No se sabe lo que fue de él después, pero probablemente se retirara del servicio para escribir la versión definitiva de su cuaderno de viaje (ya había escrito otra versión, pues Plutarco cuenta que se la leyó a Alejandro) y que fue de gran utilidad para los geógrafos posteriores.


Los Diádocos

Tras la muerte de Alejandro Magno, sus generales se repartieron el imperio y protagonizaron, durante más de veinte años, grandes guerras para obtener el poder, recuperar el Imperio de Alejandro o mantener sus correspondientes dominios. De forma genérica se les conoce como los Diádocos, que puede traducirse como los sucesores o herederos.

Tras ellos vinieron los epígonos, los nacidos después, que continuaron la lucha de sus progenitores con el objetivo de conseguir el poder y la hegemonía del mundo helénico durante casi cincuenta años más, hasta el año 281 a. C., mpomento en que murió el último de los Diádocos: Seleuco.

Estas luchas de poder, que comenzaron tras la muerte del conquistador macedonio, inauguran el Periodo Helenístico. Durante éste, el Mediterráneo Oriental y los imperios próximo orientales mantendrán un precario equilibrio de potencias, que se desvanecerá en el momento en que Roma comience su expansión por Oriente y acabe conquistando, uno tras otro, la mayor parte de estos dominios. El fin del Helenismo se produce en el año 31 a. C. con la conquista, por parte de César Octaviano, de Egipto, la última monarquía helenística.


Crátero (370-321a. C)

Crátero fue un general macedonio que formó parte del ejército de Alejandro Magno y a su muerte se convirtió en uno de los Diádocos.

Era hijo de un aristócrata macedonio llamado Alejandro. Destacó en la conquista de Persia al comandar el ala izquierda de la infantería en la batalla de Issos (333 a. C.), y su importancia puede entreverse en el hecho de que, durante las largas celebraciones en Susa, Crátero se casó con la princesa Amastris, sobrina de de Darío III. Además, Crátero y Poliperconte fueron elegidos para guiar a los 11 500 soldados veteranos en la vuelta a Macedonia. Su fidelidad era tal que, se dice que si Hefestión apreciaba a Alejandro, Crátero apreciaba al rey.

  
Alejandro y Crátero matando un león. Mosaico hallado en Pella.

Además y según las fuentes griegas, los principales generales del ejército Macedonia preguntaron a Alejandro, en su lecho de muerte, que a quién legaría su reino; puesto que el joven conquistador no tenía ningún heredero legítimo (su hijo Alejandro IV nacería tras su muerte, y su otro hijo, Heracles, era de una concubina y no de una esposa legítima); por lo que este hecho era una cuestión de vital importancia. Se debate mucho lo que Alejandro respondió: algunos creen que dijo Krat'eroi ("al más fuerte") y otros que dijo Krater'oi ("a Crátero"). La mayoría de los historiadores creen que si Alejandro hubiera tenido la intención de elegir a uno de sus generales obviamente hubiera elegido a Crátero porque era el comandante de la parte más grande del ejército, la infantería, porque había demostrado ser un excelente estratega y porque tenía las cualidades del macedonio ideal. Además había sido designado como regente en Macedonia, aunque esta orden quedó sin efecto por la muerte de Alejandro y el estallido de la guerra de Lamia. Pero Crátero no estaba presente en aquel momento; y fuera cual fuese la respuesta de Alejandro, parece que Crátero no ansiaba el cargo, por lo que no tardaron en surgir las luchas intestinas que dividieron el imperio se dividió entre sus generales.

En 322 a. C. Crátero ayudó a Antípatro en la Guerra Lamiaca contra Atenas. Navegó con su flota cilicia hasta Grecia y dirigió las tropas en la Batalla de Crannon, en 322 a. C. Cuando Antígono se levantó contra Pérdicas y Eumenes de Cardia, Crátero se unió a él, al lado de Antípatro y Ptolomeo. Finalmente, murió en una batalla contra Eumenes en Asia Menor, en algún lugar cercano al Helesponto, en 321 a. C. Allí su caballo le derribó y le pisoteó hasta causarle la muerte. Fue un final ignominioso para uno de los más capacitados generales de Alejandro.